
“El depósito para mí ha sido toda mi vida, cada vez que lo recorro veo las imágenes de cómo era, de qué pasó, qué no pasó, de lo orgulloso que me siento de conocerlo. Es mi partner”, dice Rómulo Salas, fotografiado en el depósito del Archivo Regional de La Araucanía en junio del 2024.
Rómulo Salas Paillalef fue una de las primeras personas que, en 1997, llegó a trabajar a la casa ubicada en Lautaro 1171 en la ciudad de Temuco cuando esta comenzaba su camino a convertirse en el Archivo Regional de La Araucanía (ARA). No tenía conocimientos ni experiencia previa en el área, pero veintisiete años después es el único del grupo de personas que dio inicio al archivo que continúa trabajando allí y, próximo a jubilarse, su partida preocupa al equipo. Es quien conoce más y mejor la documentación que alberga la institución, la persona a la que sus colegas recurren para saber si cierta información podría encontrarse y dónde. Y se fían de lo que él diga. De hecho, fue un comentario de la actual conservadora del ARA, Carolina Nahuelhual, quien en una conversación dijo que Rómulo “es el catálogo” del archivo, lo que despertó nuestro interés y nos llevó hasta sus instalaciones en dos tardes del mes de junio para conversar con él.
En sus dominios, la sala de lectura y atención de público, Rómulo, cuyo escritorio está ubicado en una de las esquinas, me cuenta su historia. Contrario a lo que podría pensarse de alguien cuya tarea principal fue darle orden al desorden y cuya eficacia en el trabajo depende también de un orden estricto y una memoria poderosa, su computador exhibe un escritorio repleto de documentos, carpetas y archivos digitales en cuyo caos Rómulo pierde minutos y paciencia intentando encontrar un texto que escribió y que quiere mostrarme. Aunque todavía queda casi un año para su partida, él ya prepara un discurso de despedida que va completando, me cuenta, a medida que se acuerda de cosas o se le ocurre algo. Cuando por fin lo encuentra, me pide que tome asiento y lo lea, advirtiéndome que se trata de un borrador. Lo que leo es, en parte, una carta de despedida dirigida al depósito. Lo llama amigo. Es allí donde Rómulo se siente más a gusto. Allí decidirá que lo fotografiemos cuando le sugiero que elija un lugar donde se sienta “más él”.
Como usuaria, llego a esta entrevista provista de mi experiencia con los archivos, que ha estado siempre del lado de la investigación y que me ha hecho entenderlos como espacios que conservan una memoria que sirve para alimentar y nutrir investigaciones, ideas o argumentos. Pero Rómulo me enfrenta con una realidad diferente: el archivo como una institución a la que acuden mayoritariamente personas que tienen problemas y buscan una solución. “¿Qué tipo de problemas?”, pregunto. La respuesta no por obvia deja de sorprenderme: la propiedad de la tierra, las propiedades en general.
– A ver, empecemos por el principio. Cuénteme de sus orígenes.
– La llegada a este mundo maravilloso ocurre en julio de 1961 en la localidad de Puerto Saavedra. Soy hijo de don Rómulo Salas Aravena y de Elisa Paillalef Ortega. Mi recalada acá a Temuco fue por las cosas de la vida. El año [19]73, con la llegada del gobierno militar, papá tuvo los problemas que tuvieron muchos: fue detenido militarmente. Mi padre era una persona muy inteligente, no fue al colegio, pero era muy inteligente. Decidió venirse a Temuco para evitar el “copucheo” en Puerto Saavedra, porque la gente decía que había sido detenido por comunista, cosa que mi padre nunca fue. Así que desde [19]75 soy residente acá. El cambio, claro, fue un cambio brusco: venir de un pueblito chico a una ciudad grande, pero me adapté rápidamente. Como mi padre tenía almacenes no me asusté, por la cotidianidad de estar siempre rodeado de gente. Tenía ciertas obligaciones en la casa del papá, tanto ir al colegio como después llegar a trabajar a la casa. Y esos trabajos eran de venir al centro de la ciudad a hacer las adquisiciones de algunas cosas que necesitaba para su almacén. Llegamos al sector de Pedro de Valdivia con Javiera Carrera. Cuando llegamos había un par de cositas no más, todas las calles eran de tierra. Las pavimentaciones llegaban al sector de Tromen con Pedro de Valdivia y de allá hacia arriba ya era pura polvareda. La locomoción llegaba a varias cuadras de donde estábamos nosotros y era una odisea hacer las adquisiciones en el centro y después llegar a la casa. A veces se utilizaba el servicio de taxi o si no, había que caminar no más.
En la enseñanza media me fui a la escuela industrial que está en Balmaceda con Lynch. La orientación que tenía este colegio estaba derivada de la construcción, te enseñaban la electricidad, gasfitería, construcciones, carpintería, ese era el enfoque. Y a mí lo que me llamaba la atención, y me llamó siempre la atención, era hurguetear en la electricidad. Mi primer y segundo año medio lo hice ahí. Después el enamoramiento me llevó a ser padre muy tempranamente, eso me truncó los estudios y me dediqué a la vida de papá. El haber sido papá me llevó a hacer otras cosas porque lo primero que me dijeron fue: "¿Qué vas a hacer ahora para alimentar a esa mujer y a ese niño que viene en camino?". No había profesión, no había nada. “Alguna cosa voy a hacer”, pensé, y ese qué hacer me llevó a la calle. En la calle conocí un oficio que hoy en día me apasiona, me encanta, que es el oficio de jardinero, que nació espontáneamente viendo a un señor que trabajaba en eso. Me dediqué a la jardinería en mis primeros años y eso fue detonante para que en determinado momento alguien me propusiera cambiar de trabajo.
– ¿Y fue esa propuesta la que lo trajo al Archivo Regional de La Araucanía? ¿Cómo pasó de ser jardinero a trabajar aquí?
– En el año [19]93 me enviaron a presentarme en el Museo Regional de la Araucanía, cuando era director don Marcos Sánchez, del que tengo gratísimos recuerdos. Lo que necesitaba en ese momento el Museo era un estafeta, porque tenían dos, pero era gente mayor; necesitaban una persona joven que cumpliera esas funciones: hacer entregas en el correo, ir a dejar documentación a las universidades, todo eso. Entonces caí perfecto. Me presenté y pensé: “Voy a estar un par de meses y después me iré a trabajar a otra parte”. No fue así. Entrando al museo ya conocí otro mundo, otra gente que sabía de lo que se hacía ahí, como Rosa Norambuena, que era la museóloga, con la cual fui aprendiendo a hacer montajes, un montón de cosas, y eso me fue enamorando de lo que yo no conocía.
El año [19]97 se me pidió que tenía que hacer un apoyo porque se estaba creando un archivo en la ciudad de Temuco. Yo no tenía idea de qué se trataba, archivo lo había escuchado en el puro título que tenía en aquellos años la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos (Dibam). Tenía que venir a apoyar a la señora Lisette Balmaceda para hacer una exposición para el día de la inauguración de este archivo. Vine, cumplí con lo que se me pedía. Al día siguiente volví al museo. Me dicen: “don Rómulo, nuevamente queremos que se vaya para allá, que acompañe a la señora Lisette para todo lo que necesite mientras llega el personal”. Y de eso, de venir como apoyo, me fui quedando hasta que llegó el momento en que esto ya se puso en marcha y yo seguí permaneciendo aquí aunque seguí por muchos años, en lo formal, perteneciendo al museo regional. Han pasado veintisiete años y aquí estoy.
– ¿Y a usted qué le pareció el cambio del museo al archivo y la idea de quedarse trabajando aquí?
– Con la vorágine de cosas que había que hacer no me dio tiempo a pensar si me era conveniente estar acá o no, porque se estaban poniendo las estanterías del depósito, había gente que iba y venía, se conversaba con uno y otro, que haciendo esto que haciendo esto otro. Y cuando me vine a dar cuenta ya estaba impregnado de lo que sucedía acá. Pensándolo fríamente, en vez de haber ganado con estar en este trabajo, yo perdí. Porque mis remuneraciones que tenía haciendo mi trabajo [de jardinero] eran el doble, el triple incluso de lo que yo percibo aquí en este servicio, pero me fui quedando por la estabilidad laboral y también por darle otro carácter a mi vida, porque la libertad que tenía afuera –la honestidad siempre hay que tenerla– también lo hace cometer faltas a uno como persona. Llegar acá a una institución donde había que cumplir horarios, rigideces, fue cambiando y fue moldeando más la vida que tenía que llevar.
Así que me fui quedando sin mayores reproches a nada, aunque el trabajo era absolutamente distinto porque venía de conocer cómo funcionaba el museo, su dinámica, a las dependencias de lo que era un archivo. Cuando ya definitivamente me tuve que enfrentar a la documentación que el archivo iba a tener, para mí fue así como dice Condorito: plop. No tenía idea lo que era un conservador de bienes raíces, un expediente judicial. Me enfrenté a ellos con mis herramientas propias no más, no porque que se me haya inducido: “Tú tienes que conocer esto”. No lo hicieron.
– ¿No le brindaron ningún tipo de capacitación?
– Ninguna.
– ¿Y cómo se las arregló?
– Viendo a la gente que empezó a llegar acá, por ejemplo, don Gregorio Arriagada, que es uno de los primeros usuarios del archivo, y don José Reyes que son, como se dice, “tinterillos”, porque trabajan fuera de lo formal, pero tienen un conocimiento tremendo. Ellos están en los conservadores, en los notarios; de repente hay un usuario que necesita encontrar un documento y no sabe cómo hacerlo… muchas veces las personas no tienen demasiados recursos como para pagarle a un abogado que haga el trabajo, entonces se encuentran con este tipo de personas [tinterillos]. Ellos hacen ese trabajo y ayudan a mucha gente. Conociendo a esas personas y a otras que hacían la misma función fui aprendiendo, fui conociendo los documentos. Estoy agradecido de ellos porque tal vez sin haberlos conocido se me habría hecho muy difícil haber comprendido los documentos.
– ¿Cuánto se demoraron en organizar toda esa primera masa documental que llegó en 1997?
– La documentación fuerte llegó el [19]98-99. Tuvimos un lapso de tres, cuatro, cinco años trabajando a full en organizar, en ordenar por materia toda la documentación que seguía llegando. Estaba don Iván Inostroza, la señora Elizabeth Montoya y yo. Después se integra un grupo de cuatro personas que hace una pequeña catalogación de algunos fondos, pero ellos no eran del archivo regional, ellos venían por proyectos. Pero lo fuerte, el ordenar todo este desorden que llegó, lo hicimos entre tres personas. Nos demoramos su tiempo, sí pues.
[Hoy en día] Lo tenemos ordenado y clasificado. Falta hacer cosas, por ejemplo, poder hacer los catálogos completos de cada fondo. Pero lo que es el ordenamiento, está. Toda la documentación resguardada en sus unidades de conservación. Si yo quiero ver el año [19]45 del Juzgado Criminal de Temuco vamos a buscar las cuatro, cinco o seis unidades de conservación que componen el año [19]45, que son más o menos los rangos de unidades que tiene cada año; pero cuando llegó, no llegó así. No llegó absolutamente nada así. Por ejemplo, el conservador de Temuco tiene como archivero judicial la custodia de los expedientes judiciales, criminales y civiles. Eso no lo enviaron ellos, lo fuimos a buscar nosotros al depósito que tiene el Conservador de Bienes Raíces en vehículos particulares que se pagaron para eso. Fue una tarea titánica aquel entonces: cientos de miles de documentos repartidos dentro de una bodega cualquiera. Estaban empapados de excrementos y suciedad, nosotros tuvimos que hacer la limpieza de aquello para dar el orden que debiera haber tenido en el mismo conservador para haber llegado de una forma ordenada y presentable a este archivo. Tuvimos que trabajar con
Elizabeth Montoya, nosotros hicimos toda esa pega.
No hay conocimiento de lo que es la conservación de documentos, esa es una realidad. La gente común dice: “Estas son cosas viejas, botémoslas, ya no sirven”, porque no está en su conocimiento ver que es un documento que va a tener historia, que hay que guardar y proteger, porque todo documento tiene mejor vida cuantos más años pasan. Y eso falta: conocimiento de que la documentación que se produce en todas las instituciones es importante para el futuro. ***El Archivo Regional de La Araucanía (ARA) es el primer archivo regional que se abrió en el país, en 1997. Al día de hoy, solo en Atacama hay uno similar, pues pese a que se han abierto archivos en otras regiones –como Tarapacá, Coquimbo, Valparaíso y O’Higgins– no cuentan aún con lo necesario para funcionar. Su origen se remonta a las discusiones que entre fines de 1980 y principios de 1990 el movimiento mapuche sostuvo con el Estado con miras a crear la Ley Indígena que se promulgó en 1993 y dio paso a la creación de la Conadi. Para ese entonces, ya existía el Archivo General de Asuntos Indígenas (AGAI), pero deambulaba de institución en institución, por lo que entre las demandas planteadas por el movimiento estuvo la consolidación del AGAI como un archivo que contara con un espacio físico propio y una administración específica.
Si pensamos que la documentación albergada en el AGAI incluye, entre otras, la de la Comisión Radicadora –como los títulos de merced, donde el Estado estableció y delimitó la ocupación territorial que hacía cada lof– y la del Juzgado de Indios, que recoge los “efectos colaterales” de ese proceso conocido como radicación, que duró casi cinco décadas y estuvo repleto de injusticias y abusos, la demanda de consolidar este archivo puede entenderse, entonces, como un asunto estratégico para el movimiento mapuche de aquel entonces, sobre todo teniendo en cuenta que es sobre dicha documentación sobre la cual se ha erigido mayoritariamente la demanda territorial mapuche contemporánea.
Ante esto, el Estado traspasó la administración del AGAI a la Conadi y luego dio un paso más allá: aprovechó la ocasión para levantar este archivo sui generis, el archivo regional de La Araucanía, que albergaría al AGAI y también los documentos provenientes de las distintas entidades a las que la ley obliga a transferir su documentación: conservadores de bienes raíces, intendencia, gobernaciones, juzgados y todos los servicios públicos de la región. En la actualidad, ambos archivos funcionan en el mismo edificio, aunque dependen de entidades distintas y cuentan con personal diferenciado, y fueron declarados en 2005, Monumento Histórico.
***– La creación del archivo regional conjuntamente funcionando con el AGAI fue una decisión muy bien tomada y que ha dado su fruto. Yo como funcionario antiguo, más los compañeros que trabajan de Conadi, damos fe de que ha sido una buena decisión porque hemos podido ayudar a demasiada gente. Creo que es una de las mejores decisiones que se pueden haber tomado, porque el mundo de esta región es tan diferente a los demás que tú te imaginarás, con el problema territorial que hay, mandar a esa gente a Santiago a buscar la documentación… No lo pueden lograr, mucha gente se queda a mitad de camino y hoy en día estando esta documentación aquí, con la creación del archivo regional, la gente soluciona sus problemas.
– ¿Le parece importante que funcionen juntos ARA y AGAI?
– Sí, porque la información de ellos [AGAI] con la de nosotros se cruza, nos prestamos los conocimientos unos a otros. Los títulos de merced tienen una complejidad que para mucha gente hasta el día de hoy es un poco difícil de entender. Lo que pasa es que se inscriben dos veces, tanto en el conservador de registros de propiedades naturales como en el registro indígena. El título de merced también se inscribía en el conservador correspondiente. Entonces la propiedad indígena también pasa a la propiedad natural. Ahí se cruza la información de ellos [AGAI] con la de nosotros. Hemos resuelto muchos casos aquí.
– ¿Qué es lo que buscan las personas que vienen al archivo?
– El mayor problema que vemos nosotros acá en el archivo es el problema de tierra. Ese es el gran problema. Mucho, mucho de eso. “Es que me parece que mi bisabuelo tuvo terreno en tal parte”. No es tanto [lo que se consultan] los expedientes judiciales, la productividad que tiene esa documentación es que está al servicio de los investigadores, [con ellos] tiene mayor movimiento. Es muy esporádico que se busque una causa en específico. No como los conservadores, que todo el mundo tiene un problema con algo: que le quitaron la tierra a mi abuela, que le quitaron la tierra a mi papá, que quiero saber qué pasó, si se hizo la posesión o no. Un mundo de información que hay ahí y eso es lo que hay que conocer. Los conservadores de bienes raíces son los que llevan todo el peso del movimiento de este archivo. Y para los funcionarios que trabajamos en esto, el escuchar a diario los problemas de la gente.
– Entonces, ¿quiénes son los usuarios?
– Todos. Aquí todo es un 50 y 50: mapuche, no mapuche. No es que “esto es más notorio que esto otro”. No, todo el mundo confluye de la misma manera, buscando las mismas soluciones, que las herencias... las malditas, y a veces benditas, herencias. Eso es lo que busca la gente. Es una cosa bien pareja. De todas las clases sociales. Y no significa que la clase más alta tiene más conocimiento, también tiene las mismas ignorancias que tiene la clase trabajadora, la clase pobre. Tienen las mismas ignorancias en las materias de problemas legales.
– ¿Y cuál diría usted que es un problema o una consulta de las personas que el archivo no puede resolver?
– La gente, cuando encuentra la documentación que necesita, quiere que nosotros seamos el abogado defensor o el abogado que presente su problema ante las autoridades. Eso siempre nos piden a nosotros como archivo y no lo podemos hacer, pero la gente cree que nosotros al tener tanta información tenemos la potestad de hacer cosas por ellos. Nosotros lo único que podemos hacer es entregarle la documentación que está resguardada, que les pertenece a ellos, esa es toda nuestra labor. Pero el común de las personas piensa que nosotros hacemos todo ese trabajo, que somos una institución dedicada a solucionar problemas incluso administrativos de ellos. Y no es así, pero podemos darles claridad de los documentos que tiene y los pasos que tienen que seguir.
– Cuando hablamos la primera vez, me contó que había habido un momento en el que habían llegado los académicos, ¿no? Que no estuvieron haciendo uso del archivo desde el principio.– Cuando hablamos la primera vez, me contó que había habido un momento en el que habían llegado los académicos, ¿no? Que no estuvieron haciendo uso del archivo desde el principio.
– Claro, los académicos aparecen años después. Eso no quiere decir que no haya habido desde el primer momento. El profesor Jaime Flores, de la Universidad de La Frontera, fue uno de los primeros investigadores profesionales que aparece acá a conocer la documentación. Pero el mundo académico, el núcleo fuerte, aparece después. Mucho después aparece [José Manuel] Zavala, aparece [Jorge] Pinto, aparece Jessica González, Hernán González. Hoy en día tenemos a todos ellos trabajando con nosotros, pero mientras se organizó bien el archivo para que tuviera una buena presentación y supiéramos qué es lo que estábamos haciendo, qué es lo que estaba ante nuestros ojos, fue más esporádico. Y como al principio el archivo tuvo bajo perfil, cuando ya se hace bien conocido es que la venida de los profesores, de los académicos cambia absolutamente. Cuando ya se sabe que existe un archivo regional y se conoce exactamente qué documentación se encontraba que se podía investigar, ahí ellos llegan. Ellos son los que buscan los expedientes judiciales y la Intendencia de Cautín. La Intendencia de Cautín es un mundo de información. En los juzgados civiles y tribunales, otro mundo de información. Y ahí buscan del tema que quieran trabajar.
Diría que el 50% de los usuarios son ocasionales: el que viene por el problema que acabamos de conversar [de tierra] y que viene una vez o dos veces en la vida al archivo. El otro 40% es del ámbito universitario, tanto los profesores como los alumnos, y ese es permanente. Luego hay un 10% de “indecisos”. Esa es la proporción más o menos.
– Y usted que ha visto tantos documentos, me imagino que igual los ha leído…– Y usted que ha visto tantos documentos, me imagino que igual los ha leído…
– Bueno, eso fue lo que al fin me hizo quedarme. Cuando vi que mi regreso al museo parece que iba a ser un poco difícil, pensé un poco y dije: “Bueno, ahora yo tengo que saber para qué estoy y qué es lo que tengo que hacer aquí”. Entonces así como fuimos haciendo el orden de la documentación me preocupé de ir viendo qué decían esos documentos y me fui haciendo mi base de datos personal, que está aquí en mi cabeza. Fui viendo y me fui interiorizando, y fue lo que detonó en mí el querer saber exactamente qué es lo que estaba pasando por mis ojos para que cuando tuviera que enfrentarme a alguien que me preguntara alguna cosa, yo poder estar a la altura de la persona para poderle responder de la mejor forma posible. Eso fue mi escuela, mi formación. Me hice solito en todo esto, y me conozco los diferentes fondos que tiene este archivo bastante bien. Mis compañeros acuden a mí y me dicen: “Don Rómulo, ¿será posible tal cosa?”. Una pequeña recorrida por mi mente y sé si es posible o no es posible, si hay información o no la hay. Pero para eso me tuve que dar ese tiempo de conocer la documentación.
– De todos los documentos que ha visto, ¿qué es lo que más le interesa o lo que más le ha llamado la atención?
– Hacer una clasificación y decir “esto me llamó más la atención que esto otro”, sería un poco, ¿cómo le pudiera decir? Ilógico. Como era nuevo, todo para mí era interesante; me gustó todo, me llamó la atención todo. No hice selección de las cosas, pero sí he encontrado y sigo encontrando cosas muy interesantes. El descubrimiento de algunos expedientes muy especiales yo los atesoro tanto, son cosas que mientras no existió el archivo estuvieron en el anonimato, cosas que ocurrieron en esta región. Hay dos expedientes fabulosos que tienen que ver con el hundimiento de un vapor en el río Imperial y el otro que tiene que ver con el primer fusilado que tuvo la región, que es Emilio Inostroza. Son documentos que permanecieron ocultos en bodegas sin que nadie tuviera acceso a ellos y cuando llegan aquí al archivo les dimos vida y salieron a la luz. Cuando hacemos exposiciones los mostramos y la gente los puede ver y conectarse con el pasado. Pero diría que todos los documentos tienen casi el mismo valor porque todos son históricos y con historias diferentes que uno se va grabando. Hay momentos que son a veces para la risa, otros que también te dan pena, porque lo que dicen los documentos son cosas reales.
– ¿Qué le parece que podría hacer el archivo para ser un lugar todavía mejor para atender a las personas y resolver sus problemas?
– Dos cosas: ampliación de la dotación de funcionarios, pero que tengan que ver con la atención de usuarios, que estén frente al público con vocación de servidor público, dispuestos a escuchar el problema de la gente. Y lo segundo, la creación de nuevos archivos, porque no sacamos nada con tener veinte funcionarios más si no tenemos dónde instalarlos. Un buen edificio con capacidad de tener un salón adecuado, en condiciones dignas para los usuarios y los trabajadores. Esas dos cosas son las importantes que tiene que tener el archivo: creación de nuevos depósitos y ampliación de dotación de funcionarios.
Acá el plantel es poco para el trabajo que se hace y en un par de años no va a dar abasto. Me jubilo yo, después viene un colega más; este mes [junio] se fue una colega. Ya somos uno menos: me voy yo y seremos dos menos. Y para que repongan aquellos cargos va a ser muy difícil, y si reponen, van a reponer uno de dos, y así va a ir en la decadencia. Este archivo necesita una ampliación al menos de unos seis, siete funcionarios más, porque así como va llegando más documentación, va aumentando el público.
Otra cosa que le falta al archivo, para que pueda ser más conocido por la ciudadanía, es ampliación de personal para hacer lo que hacen todas las instituciones: tener un grupo de personas trabajando en difusión. Nosotros no tenemos un staff de personas que esté disponible para hacer cosas como exposiciones, estar permanentemente creando cosas y tener un espacio propio para mostrarlas. Debería ser una política de todo el año, cambiando mensualmente y la gente viniendo a empaparse de lo que se está haciendo. Tiene que darse a conocer lo que hay, no puedes tenerlo bajo cuatro paredes sin que se sepa. Pero al no haber el suficiente personal y la suficiente voluntad de quienes toman decisiones a nivel central es un poco difícil. Mientras eso no esté, la gente no va a tener conocimiento de que existe un sitio de estas características donde pueden ellos estar y consultar cosas.
– Hay algunas carpetas de la Intendencia de Cautín que siguen estando en el Archivo Histórico en Santiago, ¿el ARA tendría capacidad para recibir esos fondos?
– Creo que no. Para una llegada de esas transferencias acá tendríamos que estar pensando en que tiene que ser construido un nuevo edificio. ¿Sino para qué? ¿Para tenerlas amontonadas en algún lado? No, primero tiene que partir por la decisión de construir un nuevo depósito, un nuevo archivo, y recién pensar en poder traer toda esa documentación que está allá y tenerla resguardada. Hoy día [25 de junio] recibimos una transferencia del conservador de bienes raíces de Lautaro. Y así van a ir llegando todos los años documentos. Y ya nosotros con el depósito estamos chicos y si recibimos un volumen de tres mil, cuatro mil metros lineales de documentación de Santiago, ¿a dónde lo vamos a meter? ¿Qué vamos a hacer con ella?
– ¿Se han robado documentos acá? Pienso por ejemplo en el Fondo Lenz en Santiago, custodiado por la UMCE, y que entre otras cosas albergaba la correspondencia de Manuel Manquilef con Rodolfo Lenz. Las cartas de Manquilef fueron sustraídas y ya no es posible consultarlas.
– No, eso no ha pasado. Ahora hay sistema de alarma, vigilantes y todo. Antes no. Antes esto se vigilaba con una pala, un chuzo y un martillo. Esa era la defensa que teníamos y muchas veces tuve que tomarme de eso para que la gente no hiciera tonteras.
– Ah, pero entonces hubo intentos de robo…
– No intentos de robo, sino que problemas entre la misma gente que se trataba de golpear: “Porque tú, sinvergüenza, me robaste la tierra y tú que hiciste esto y etcétera”. Ahí tenía que hacer de juez de paz. Uno lo echaba a la risa al final y lograba tranquilizar a la gente y seguir adelante. Hacía todo el servicio yo. Todo lo que tenía que ver con esto: abrir en la mañana, cerrar, que las luces, que el gas, todas esas cosas las hice yo, atendiendo público y vigilando que no me fueran a entrar a robar o alguna otra cosa por ahí. Documentos no se robaron, pero otras cosas sí robaron. Herramientas sí se robaron, algunos extintores, el computador de una oficina de Conadi... pero documentos no. Es que estamos en un barrio muy peligroso y para aquel tiempo era peor. Tú te parabas en la puerta y veías cómo corría la gente: le robaban a las personas en el centro, uno los veía, y de repente se te metían para acá y chuta, temor de que te hicieran algo, alguna cosa. Y ahí estaban mis herramientas, con eso yo me defendía. Las tenía para defensa personal.
– ¿Cómo definiría el tipo de memoria que se guarda acá en el archivo?
– Este archivo debiera de llamarse “Las maravillas de la región de La Araucanía”. Aquí se almacena la historia de una región, con la apertura al mundo académico está tomando ese vuelo. Este archivo tiene dentro de sus paredes una memoria infinita, no contada, y que está lista para que alguien diga algún día: “Esta maravilla hay que sacarla al mundo”. Para eso faltan decisiones potentes de quienes estén a cargo de esta institución, saber exactamente el valor que tiene este archivo, que es una riqueza invaluable de conocimientos para el mundo.
– ¿Cuál es la máxima preocupación que ha tenido usted como funcionario que trabaja en atención de público?
– El cariño, el respeto por toda la gente que viene aquí, de todas las clases sociales, y preocuparnos de que el problema que trae esa persona, de alguna manera nosotros le demos la guía que corresponde para que haga bien sus investigaciones. Eso es lo que más me interesa, el respeto a toda persona que viene acá. Aquí las distinciones no existen, son todas personas que merecen el mismo respeto, el mismo cariño y la misma dedicación de nosotros como funcionarios públicos.
Mucha gente ve y dice: “Ah, atienden público no más”. Aquí el trabajo emocional que yo me cargo todos los días al ver tantas cosas es tremendo. Muchos de esos problemas que te dan ganas de encontrarles la solución y no puedes, te dejan marcado, tú te los llevas a cuestas. Yo me quedo tanto con esos problemas que al día siguiente llego con ese problema, me siento en el escritorio y empiezo a buscar la forma para solucionarlo. Muchas veces lo he conseguido. Después tomo el teléfono, llamo a las personas y les digo: “Venga, porque le tengo buenas noticias”.

Danay Mariman Catrileo es editora por la Universidad de Buenos Aires e investigadora autónoma.

Paty Pichun es fotógrafa, trabaja de manera independiente y en forma paralela desarrolla sus proyectos autorales. Participa de manera colectiva con otras disciplinas artísticas en fotografía y video. Reside en Temuco.