entrevista

Hugo Alister Ulloa: «El libro ha tenido una presencia en nuestra región a través de la historia»

por Danay Mariman Catrileo

Hugo Alister es un hombre de letras. Escribe, colecciona manuscritos e impresos, fundó la editorial y librería Cagten y transitó las últimas décadas del siglo xx desde Puerto Saavedra a Temuco haciendo muchas cosas, pero, sobre todo, leyendo. De su recorrido como trabajador independiente de la cultura hasta su paso por la Seremi de las Culturas, las Artes y el Patrimonio –de donde se jubiló hace pocos años– hablamos. También de los grupos, los contextos y los espacios que le han dado forma a nuestra región a través de la palabra escrita.

Imagen: Facebook de Culturas La Araucanía.


Para esta conversación cité a Hugo Alister en un café de avenida Alemania pensando que él debía vivir en ese sector de Temuco y que la ubicación le quedaría cómoda. Pero cuando ya estemos sentados conversando, me dirá: «Yo soy clasista al revés, porque no vengo para avenida Alemania». Es que Alister se crio en Amanecer y allí vive todavía, en la misma casa en la que creció. Nacido en Puerto Saavedra, su familia fue unas de las muchas que migraron forzosamente a distintos puntos de la región tras el terremoto y maremoto de 1960. La suya llegó a Temuco. Aquí su padre, carpintero de ribera, tuvo que mudar de formas y aunque siguió trabajando la madera ya no lo hizo para fabricar botes sino casas y otros artefactos terrestres. Alister tenía cinco años. Se establecieron primero en Pueblo Nuevo y luego en la población Amanecer cuando esta recién comenzaba. Pero, aunque su vida en Puerto Saavedra fue breve, fue tiempo más que suficiente para que todo ese universo sensible se transformara en la semilla de mucho de lo vendría después. Y ahora, por ejemplo, con su próximo libro.

— Es un libro sobre Neruda en Puerto Saavedra. Uno de los temas recurrentes míos tiene que ver con mirar el territorio. En este caso es una mirada sobre los primeros cinco libros de Neruda y mi tesis es que la geografía de esos libros es la costa de Puerto Saavedra. Y te coloco 300 ejemplos; creo que hay como 250 o 300 notas a pie de página que se asocian a la obra. Es decir, Neruda en el Canto general habla de Puerto Saavedra, no habla de Temuco; varias veces y en muchos otros libros habla del mar de Saavedra o el río Imperial y su desembocadura. En Neruda la toponimia es relevante y la toponimia de la Araucanía aparece también, repetida. Menciona Temuco, Loncoche, Padre Las Casas, Quepe, Nehuentúe, Carahue, Angol, Collipulli, Lonquimay muchísimas veces. El concepto de frontera aparece mencionado, el concepto de Arauco, Araucanía otras tantas veces y la única novela que escribió Neruda, El habitante y su esperanza, se desenvuelve en Puerto Saavedra. Eso significa una lectura de años que he hecho sobre este tema. Yo soy el que recoge y junta, no más, pero yo conocí ese territorio más que los especialistas. Yo conocí el territorio y lo viví de niño. Por lo tanto, reconozco ese paisaje en esa obra.

— ¿Y cómo fue que te interesaste por la literatura, por la historia, por los libros?

— Yo vengo de una ciudad que era muy culta. Porque primero es un puerto; segundo, el puerto siempre va a tener personajes de distintas localidades del mundo. Y lo tercero tiene que ver con la educación. La primera escuela del territorio de la provincia de Cautín fue levantada en Puerto Saavedra por los franciscanos en 1858. La escuela, además, está asociada a otro componente que es la biblioteca pública. En Temuco la primera biblioteca pública se abre a la comunidad el año 1922. En Puerto Saavedra se abre el 10 de enero de 1915, antes que Temuco, de la mano del poeta Augusto Winter, que también fue su bibliotecario. Quienes vivían en Puerto Saavedra tenían casi la obligación de aprender de memoria el poema «La fuga de los cisnes», que era uno de los poemas clásicos de él. Y mi mamá nos obligaba a leer a Augusto Winter: «La fuga de los cisnes», «Las hualas», «Los helechos».

Mi madre conocía muy bien la poesía. Ella estudió en la escuela de monjas en Puerto Saavedra. La educación femenina tenía que ver con la casa: cocinar, tejer, la higiene, cosas para la mantención de la familia, en el fondo. Y, además, la declamación literaria. Mi madre traía esa escuela que nos traspasa a mi hermano y a mí. Entonces mi cercanía con la poesía y la literatura viene de ese periodo de la infancia con mi madre. Está asociada a la poesía local. Yo fui un lector, eso es lo primero: siempre fui un buen lector.

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Hugo Alister dice que la lectura lo hizo ser «más o menos bien habladito». Y ese manejo de la palabra marcó su rumbo en su juventud al igual que lo hizo el contexto sociopolítico que le tocó vivir.

— Había una célula [del Partido Comunista] en Amanecer y el dirigente de la célula era un albañil, no me acuerdo el apellido. Yo era el secretario, tomaba apuntes, era el que llevaba las notas. Y cuando al dirigente le correspondía hablar, él no hablaba, decía: «Que hable mi secretario». Y yo me subía a hablar. ¿Qué habré hablado? No tengo idea, porque a los 16 años no tienes mucho que decir, pero hablaba, seguramente de lo que había escuchado. Ahí nos encuentra el golpe el 73. Y después de eso pasé un año y medio, casi dos años, en Argentina, en las chacras, cosechando manzanas primero y después cosechando sandías, melones, tomates, que eran los trabajos más sucios que había.

Después volví y terminé el cuarto medio que había dejado pendiente y entré a estudiar Lenguaje antes de que se formara la Universidad de la Frontera, en el último año que fue la Universidad de Chile sede Temuco. Al año siguiente se transforma en la Universidad de la Frontera y cambia toda la mirada del funcionamiento de esta universidad, aparece la obligación de pagar y todas esas cosas. Un año soporté después, porque además se me ocurrió casarme. Entonces mi formación parte de la casa y después, ya en el 79, me inscribo en un taller de literatura que dirigía Víctor Molina Neira bajo el alero de la Biblioteca Municipal [Galo Sepúlveda]. La coordinación de las bibliotecas públicas la llevaba la señora Millaray Concha y el escritor y poeta Víctor Molina Neira dirigía el taller literario. Uno andaba en la búsqueda de, primero, otras lecturas, pero también de conversaciones con gente que está escribiendo en ese periodo y era difícil encontrarlos. Entonces, el alero que crea la Coordinación de Bibliotecas Públicas es relevante para la formación literaria del periodo en la región.

Ahí en ese taller estuvieron personajes interesantes de la poesía chilena: el mismo José María Memet, Gustavo Adolfo Becerra, Bernardo Reyes… Pero además este taller estaba financiado y sacaba una serie de publicaciones. Entonces la habilidad de la persona que coordinaba eso fue conseguir los recursos, conseguir instalar a un poeta, y todos los que funcionaban ahí, funcionaban políticamente, eso es así. Ahí en ese taller estaba también uno de los voceros del MIR en ese entonces. Ahí comienzan los primeros atisbos políticos, compromisos y acciones políticas desde el mundo del arte. Una lectura de poesía en ese entonces juntaba a 200 personas, 300 personas, no eran dos personas, ni ocho.

—¿Cómo era la escena literaria en esos años y después en los 80?

Mira, había muy poco a fines de los 70, pero había. El 74, por ejemplo, se publica un libro de poesía que se llama Canción del roble joven de Tulio Mora Alarcón, poeta que había sido profesor de la [universidad] Católica en Temuco, más conocido como el Paco Mora. Él crea una editorial que se llama Nahuelbuta, en la cual publica él el primer libro después del golpe. Y después empiezan a aparecer una serie de libros pequeños, por ahí está Selva Saavedra, y algunos de esos son los que se editan con la biblioteca municipal de Temuco, en que están José María Memet, el Gustavo Becerra, Yosuke Kuramochi... En algunos textos, de los primeros de José María Memet, por ejemplo, Poemas crucificados, ya hay una mirada política muy fuerte sobre la sociedad. Y a fines del 79 se crea una agrupación que se llama Pu liwen antu aquí en Temuco. Y ahí hay un alero donde nos colocamos varios y armamos una revista que se llamaba La cambucha. Estaba Guido [Eytel], Bernardo [Reyes] y estaba Juan Carlos Gedda, recién retornado.

Ahora, esto no es aislado, porque si uno vuelve hacia atrás, a mediados de los 50-60 hay una agrupación muy fuerte en la región que se llama Puelche, donde está el Omar Lara, está el Jorge Tellier, Altenor Guerrero y otros nombres que se me olvidan. De hecho, el primer libro de Teillier sale bajo el sello de Ediciones Puelche; en realidad no tenían una editorial, pero es un poco también rendirle tributo a esta memoria porque en la región desde 1904 en adelante sí hay publicaciones literarias. Los curas instalan una imprenta y una editorial que se llama San Francisco… uno puede cuestionar a la iglesia [católica] por la persecución a las escrituras que no tuviesen que ver con la fe, pero sin embargo tú encuentras que los curas que dirigían y trabajaban en la imprenta San Francisco publican poesía constantemente hasta el último día de esa imprenta. Ahí se publicó, entre otras cosas, al mismo Omar Lara, a Pedro Alonzo Retamal, que escribió uno de los grandes libros de poesía con temática mapuche en la región. O sea, no es un tema solamente de una imprenta, sino de que los libros se estén generando en la propia región y con autores de región. También está la imprenta Gutiérrez, imprenta Ceres; las imprentas funcionaban como editoriales. Hay una imprenta en Traiguén que publicó varios libros de narrativa, incluyendo a José Miguel Varas Calvo, padre del premio nacional José Miguel Varas Morel. El padre era capitán de ejército y un escritor. Está la editorial Index en Angol.

O sea, hay una historia atrás y es historia que poco conocemos. Creo que es importante cómo el libro ha tenido una presencia en nuestra región a través de la historia. El primer documento que habla sobre la región de la Araucanía es un libro de poesía, no es otra cosa. La Araucana es el primer texto publicado, no escrito, porque escrito hay otros anteriores, pero el primer texto publicado es La Araucana. Y es un libro de poesía que habla del territorio y donde Alonso de Ercilla denosta abiertamente a su jefe superior, que era Pedro de Valdivia.

Por lo tanto, es interesante la continuidad posgolpe. Porque más allá de lo terrible de la dictadura, la literatura siguió siendo un elemento importante en una región de lectores. Porque hay que considerar que esta era una región de lectores y, por lo tanto, de pensamiento. No es casual que Pascual Coña nazca en Puerto Saavedra, que el año 1858 ya tenía una escuela. Darío Salas, el educador que cambia la educación pública primaria en su contenido, nace en Puerto Saavedra, no nace en Santiago. Entonces que Augusto Winter llegue allá no es casual. Yo me refiero a lo que conozco de Puerto Saavedra, pero lo que ocurría en Puerto Saavedra es lo mismo que ocurría en las otras comunas. En Angol tienes a Diego Dublé Urrutia, Pedro de Oña...

Entonces todo el territorio tenía algo que decir y lo ha hecho a través de la literatura, a través de la historia de sus creadores literarios. Y, por lo tanto, lo que sucede es que pasado el golpe los artistas literarios vuelven a reencontrarse y a bosquejar o a replantearse cómo enfrentarse a la dictadura y cómo enfrentar la escritura en dictadura. Yo te decía que en una lectura de poesía había trescientas personas porque tenía que ver con un discurso que no estaba explícito y que los literatos podían, a través de distintos elementos, hacer visible. Y ahí empiezan a aparecer otra vez las ediciones, las revistas; comienzan a aparecer los autores que todavía hoy día puedes reconocer, el caso de Guido [Eytel], Juan Pablo Ampuero, el Kaiser, entre otros nombres. Los hermanos Gedda fueron muy relevantes para la cultura y el arte acá en la región; eran audiovisualistas, pero la presencia de ellos marcó y unificó en un primer tiempo a esta generación. Si las revistas y los trabajos literarios, los encuentros, las conversaciones entre políticas, literarias y artísticas eran en la casa de los Gedda en calle Carrera, a media cuadra de la plaza del hospital, a comienzos de los 80. Ahí estuvo también un tiempo el Centro Cultural Simón Bolívar, que dirigía Enrique Pérez, un exmirista. Entonces había muchos frentes que se fueron levantando en ese periodo. Hay una serie de personajes que transitan y empiezan a abrirse espacios de conversación, de diálogo. En la [universidad] Católica había un salón de actos en el subterráneo que se llenaba de gente, conversaciones literarias y lecturas, a comienzos de los 80. Y a mediados ya empieza la presencia de los autores chilenos en las ciudades. Yo recuerdo siempre al Jorge Tellier viniendo a las conversaciones a Temuco. Y el año 83 se crea un centro cultural en la esquina de Miraflores con Aldunate. Hay personajes como Ismael Milla que uno se olvida que fueron relevantes; era un actor de teatro. Entonces, claro, muy fuerte en lo artístico fueron los 80 en Temuco. Muy fuerte.

Cuando ocurre el Temucazo [1986] tú te encuentras con un movimiento político ya armado, ya no es tan fácil, ya la ciudad cambió. La sugerencia fue copar la plaza Aníbal Pinto, donde iba a estar Pinochet, y la mayor parte de los que estábamos en la plaza a las nueve de la mañana íbamos a protestar. El movimiento social duró tres días. Ahí empiezas tú a darte cuenta que una década después [del golpe] ya había una oposición abierta donde eran relevantes las expresiones artísticas, la presencia constante en la escritura.

— Bastante movimiento, por lo que me cuentas, más del que uno podría imaginarse hoy para el contexto…

Fíjate que, en noviembre del año 82, acá en Temuco se hace el primer gran encuentro de poesía chilena en dictadura donde estaba lo mejor de la poesía chilena; muchos de los jóvenes de ese entonces, como yo, estábamos ahí como lectores, oyentes, participantes o colaboradores. Estaba Jorge Teillier, estaba Enrique Lihn, Miguel Arteche, Roque Esteban Scarpa, Cristian Huneeus, Pablo Huneeus, Enrique Lafourcade. Lo más granado de la literatura chilena estuvo en Temuco durante una semana. Estamos hablando de plena dictadura. Y lo organiza más encima un excomandante de reserva de la Fuerza Aérea, Benjamín Vogel, que fue director regional de Cultura también [2010-2013]. Entonces puedes entender que no era solamente el tema de generar un encuentro, sino que permitió a la izquierda chilena reunirse bajo un gran alero que era este encuentro de poesía, sin duda alguna. Yo lo recuerdo así.

Una de las primeras conversaciones con Elicura [Chihuailaf] las tuve ahí. Elicura aparece por ahí por el 80 en un cuadernillo de poesía que se llamaba Latrodectus. En uno de los números estaba Elicura, en otro número estaba Guido [Eytel] y en el cuarto estaba yo. Lo hacía un amigo que se llamaba Esteban Navarro, creo que ese era su nombre de batalla, ahora se llama Guillermo Riedemann. Era un tipo que hacía diseño, muy buen poeta, y además publicaba estas cosas. Hizo mucho también por la literatura en los años que radicó en Temuco, no solamente en el sentido de publicar, estimular, sino también de unir a la gente, porque ese es otro de los componentes: cómo te unes frente al mismo objetivo. Y en eso hizo un buen trabajo durante ese periodo y además sumó esa publicación que se llamaba Latrodectus, que era un cuadernillo, un tríptico más bien.

— Y ya que hablamos de encuentros literarios, ¿tú participaste o recuerdas el Zugu Trawun? Me refiero a este encuentro que organizó, entre otros, Elicura Chihuailaf en 1994, cuando todavía trabajaba al alero del CEDM Liwen y que reunió en Temuco a varios nombres de la poesía local y nacional, como Nicanor Parra, Gonzalo Millán y Gonzalo Rojas.

Claro, después viene el Zugu Trawun [1994], que de alguna manera es un encuentro que aglutina en la escritura y en la lectura a muchos grupos de la literatura chilena, pero sobre todo al mundo artístico mapuche del sur del país, no solamente de acá. Y ahí empiezan a sustentarse algunos otros nombres, como Bernardo Colipan, Lorenzo Aillapan, varios otros que aparecen en ese periodo a instalar su trabajo y su nombre. Yo creo que esa es la gracia de ese encuentro que tenía que ver con la palabra en un territorio donde la palabra nunca tuvo la fuerza que se le debía dar. Y hoy día no la tiene incluso, se mantiene igual.

Yo creo que nosotros nos juntamos frente a determinadas acciones que tienen que ver con el dolor. Porque el Zugu Trawun tenía que ver con reconocer al otro y validar la lengua desde donde escribe. Y además validar aquello que es el dolor que le persigue, [y que está presente] en todos los autores que están ahí.

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Alister divide su trayectoria en dos momentos. El primero, como trabajador «independiente», generando sus propios recursos con trabajos de carpintería y de literatura. Y el segundo a partir de sus 45 años, cuando entró a trabajar al entonces Departamento de Cultura que dependía de la Seremi de Educación y en el que permanecería hasta el 2023, año en que se jubiló. En toda su trayectoria, dice, siempre estuvo volcado al libro.

— Desde mi trabajo personal yo siempre fui un lector. Y como lector un día me di cuenta de que yo había leído poco de mis pares de la región. Entonces empiezo a buscar libros. En Temuco, antes, posterior al golpe, había una librería que se llama El botoncito. Era una librería de viejo, de libros usados. Siempre hubo, pero El botoncito es como la histórica, que es de los años 48, 50. También era el cobijo porque ahí se encontraba uno con algunos amigos buscando libros; si los querías ver estaban ahí cachureando libros, pasábamos todos y nos encontrábamos en la semana y los días sábado. Si no tenías plata, te llevabas el libro porque la señora Luchita, la dueña del local, te lo permitía: «Págame cuando puedas, el otro mes, la otra semana», y así ibas formando tu propia biblioteca. Entonces, claro, empiezo yo a mirar la literatura de la región, empiezo a preocuparme de comprarla, de buscar lo que aparecía. Yo soy obsesivo.

Y comienza un proceso de difusión en el intertanto. En los noventa yo fui presidente de la Sociedad de Escritores de Chile; aquí en la región hice una campaña de reconocimiento de los autores regionales, hicimos volantes, ediciones, cuadernillos, todo lo que pudiera salir a la calle. Después comenzamos a pintar textos de poesía en las calles de Temuco, eso se llamó poesía mural, que duró siete años. Tú podías ver textos de distintos autores locales, dos versos, tres versos máximo, que podías leer desde la micro y que tenían la información de quién era el autor, ciudad de nacimiento, año en que nació o murió. Entonces ibas integrando a tu registro a esos personajes. Sacamos un calendario también sobre eso, una agenda de la frontera con literatura de la región... Y todo eso hablaba de las lecturas que uno tenía en los 80-90.

— Me gustaría que me contaras qué cambios percibiste a partir de los 90 en el ámbito de las letras. Me has hablado extensamente del periodo de la dictadura, pero después seguiste participando como escritor y como gestor.

Creo que hubo un cambio muy brusco. A partir de mediados de los 90 en adelante la literatura chilena o la poesía chilena tiende a ser mucho más, en el caso de la narrativa, citadina. Ya no hay una presencia de la ruralidad que fue tan fuerte en la literatura nuestra. Hemos olvidado la ruralidad, que se mantiene quizás más dolorosamente que antes.

Uno leía mucho, por ejemplo, a algunos autores de la zona del río de La Plata, porque en los 70 Guido Eytel tenía una librería en la calle Bulnes, Punto Azul creo que se llamaba, y llegaba mucha literatura de la zona del río de La Plata, argentinos, Onetti entre los uruguayos, Roa Bastos… Yo soy lector de Abelardo Castillo, por ejemplo, que a mí me encanta. Leímos mucha de la literatura que se generaba en el río de La Plata por la librería de Guido, pero también por los académicos que existían en la universidad. Había personajes relevantes de la literatura chilena que trabajaban aquí haciendo clases, como Guillermo Quiñones, que hizo una antología muy buena: Poesía combatiente. Entonces tú tenías también referencias de alguien inmediato sobre la poesía latinoamericana y universal. Miguel Hernández era parte de la lectura obligatoria de quienes queríamos escribir o escribíamos.

Hoy día yo creo que uno de los grandes temas es que hay una lectura más reducida a tu propio entorno y a tu propia generación. Una lectura de tu entorno y una escritura [apegada] a tu situación como individuo, pero no a lo colectivo. Cuando yo te hablo de una literatura que se centraba en la ruralidad, hablo del dolor de un espacio del que todos venimos: ciudades pequeñas, venimos de mundos campesinos. Y eso se ha perdido. En cambio, la poesía se ha ido centrando más en la persona, mucho más en los dolores de la persona frente a cuestiones muy puntuales. Hoy día muchos de los libros son de desamor, pero ¿libros del dolor del ciudadano? Y eso también ocurre en términos del público. Hoy día no hay una comunidad que quiera saber qué está pasando en su propia comunidad a través de un discurso literario, que también tiene que ver con su propia memoria.

— Y a pesar de los cambios, ¿dirías que hay un hilo conductor en la producción literaria regional?

— Hay dos componentes que separaría. Uno es la poesía mapuche. Yo soy un seguidor de Leonel Lienlaf, me interesa mucho su trabajo, ¿por qué? Porque hay constantes que instala Leonel, como el de la memoria. El primero que se refiere al soporte, al contenido de esa memoria, es Leonel. Es quien sienta las bases de la poesía mapuche contemporánea. Coloca los conceptos que son memoria, familia y creación artística. Para mí él lo hace. El tema es que después desaparece durante casi dos décadas, su obra es muy espaciada y no le ha permitido consolidar su presencia y su obra.

Elicura consolida a partir de algunos elementos nuevos. El país de la memoria es un libro muy citadino, muy de ciudad, pero también de un poeta chileno, diría yo, y hay dos o tres poemas mapuche muy interesantes y muy buenos que después le dan contenido y sentido a toda su obra. Pero, inicialmente, Se ha despertado el ave de mi corazón es otra cosa, y por lo tanto creo que ahí hay una línea primero que es clara. Esa línea se ha mantenido, incluso se ha profundizado y consolidado con la obra del Jaime Huenun. Bueno, creo que son los personajes clave: Leonel, Elicura y Jaime. También está María Teresa Panchillo, por ejemplo, que es una de las pocas mujeres que, inicialmente, hablan de ese dolor que te planteaba al comienzo. Y yo quiero mucho a la María Isabel Lara Millapan también, pero es una poesía más intimista, mucho más profunda en ese sentido. Y hay dos o tres más con los cuales yo me voy quedando, la Carla Llamunao publicó un libro el año pasado que no deja de ser interesante. Hay hartos personajes, pero de mi cercanía de la región, yo creo que son esos los personajes.

En la poesía más chilena, regional, creo que hay algunos componentes que son reiterativos, muy la vuelta que te decía hacia el dolor de cada persona, no integrar al resto de la sociedad. Y quizás demasiado técnica también, marcada por la presencia de gente más asociada a la formación educacional que a la formación literaria e independiente de cada uno. Eso me llama la atención. Si empiezo a buscar yo podría decir que hay mucho trabajo técnico y en muchos casos creo que requiere también un poco más de libertad.

— Al investigar para hacerte esta entrevista, me di cuenta de que en los noventa el concepto de la frontera parecía ser dominante para referirse a nuestro territorio. Y ahora, por ejemplo, esta revista para la que te estoy entrevistando se llama Gulumapu Artes. A ti te ha tocado vivir los dos momentos, ¿qué me puedes decir de eso?

— Bueno, primero son conceptualizaciones, sin duda alguna, pero volvemos al punto: es reconocer el territorio. La frontera es un concepto, muy acotado a un proceso de migración, de movilidad, de cruce; las fronteras tienen que ver con eso, hablan de un territorio donde se sitúa ese conflicto de ser o no ser. Hoy día yo sigo pensando en la frontera.

El Wallmapu para mí aparece muy fuerte en mi vida cuando conozco a Pedro Mariman, no es que no conociera antes el concepto, pero con él se instala porque trabajamos juntos varios temas [Mariman fue Seremi de las Culturas mientras Alister era funcionario en esa repartición]. Inventábamos actividades para que la gente pudiese entender el territorio en que vivía. Lo que se buscaba era eso, que la gente dejara de pensar que vivía en Nueva York, porque vivimos aquí mismo. Yo te digo: yo soy clasista al revés, porque no vengo para avenida Alemania, es raro, pero tiene que ver con eso. El territorio nuestro no es este quizás, porque si uno dice ¿hay una identidad? Claro, aquí hay mucha más identidad que en otros lados. Aquí en avenida Alemania los alemanes colocaron más identidad que cualquiera de nosotros que vivimos en Chile.

Cuando Elicura estaba postulando al Premio Nacional de Literatura, yo esperaba que el Estado mirara de vuelta a nuestra región en el tema literario, en el tema educativo, en el tema del lenguaje. Porque cuando dicen que el Premio Nacional de Literatura es para Elicura Chihuailaf, el Estado está diciendo que reconoce la lengua que está detrás de este personaje que escribe. O eso es lo que yo esperaba, pero no pasó nada. Si el Estado lo hubiera asumido, tendríamos un Estado que coloca más recursos para el trabajo en el ámbito la lengua. Porque lo que estás reconociéndole a alguien que habla desde el mapuzugun, es que escribe desde ahí y escribe su memoria desde ahí.

— Como funcionario público que se desempeñó en la Seremi de las Culturas, ¿cómo te parece que han impactado los cambios en las políticas públicas culturales a lo largo del tiempo en nuestra región? ¿Hay más creación, hay más difusión, la calidad es mejor?

— Creo que hay un gran problema aquí: no hemos sido capaces de dejar testimonio de lo que se hace. Yo no recuerdo a ninguna autoridad política que haya escrito sobre arte y cultura en nuestro territorio, nunca. Yo cuando llegué a Cultura eran unidades pequeñas que no tenían una mayor presencia en la comunidad. De hecho, muchos de los funcionarios llegaban allí después de una larga carrera en el mismo servicio [de Educación, en aquel entonces] y desde otros espacios. Y parecía que más que un ámbito de desarrollo era un ámbito de castigo que te enviaran allá. Felizmente había gente con muchas capacidades y que podían generar apuestas o aceptar que había que apostar a un acto mayor. No había recursos como hoy. Nosotros no teníamos dinero, los dineros aparecen recién ahora a partir de los últimos cuatro o cinco gobiernos. Uno puede no compartir, pero es absolutamente necesario que las personas puedan mostrar cómo perciben la sociedad que les ha tocado vivir y las artes, la música, el teatro, la danza, las artes integradas son una respuesta al mundo que te toca vivir y tú lo demuestras a partir de esa expresión. Y yo creo que en eso sí hay un avance. No quizás lo que uno esperaba, pero hace veinte años no teníamos los recursos que tienes hoy día.

Creo que hay un problema mayor sí, para mí, que más que la descentralización hoy día es la desconcentración política: cómo el Estado no ha asumido que no tiene que decirte qué debes hacer en tu territorio, sino enviarte los recursos para que tú hagas lo que es necesario desde tu mirada como habitante y encargado de la gestión de un territorio. No descentralicemos más: desconcentremos. Desconcentrar significa entregar recursos para que estas unidades puedan ejercer el derecho de instalar su mirada en beneficio del arte de la región. Eso quizás podría permitir un avance mayor en el desarrollo artístico regional. Si yo miro a nivel nacional, los nombres que tenemos instalados hoy día en un área que yo conozco bien, como es la literatura, aparte de algunos poetas mapuche no tenemos nada relevante. Somos relevantes, pero aquí en el territorio. Hay otros nombres que están apareciendo, pero es difícil que desarrollen una propuesta si tienen que competir por unos recursos miserables cuando el Estado debiera asignar recursos directamente para que un creador se siente y aquello que me está diciendo que quiere escribir, lo haga. Entonces creo que también el Estado debiera cambiar su lógica. El desarrollo de las artes no va a venir sino hasta que haya una desconcentración, no una descentralización.

— Sin embargo, más allá de los recursos y las políticas públicas, es evidente que tenemos los elementos para ser una potencia cultural y artística, ¿por qué parece que no brillamos tanto como podríamos?

— Yo creo que estamos pagando los costos de lo que fue el territorio en el pasado. Nosotros caminamos sobre la sangre de miles de personas. Y eso no es un hecho fortuito ni casual. Esa es nuestra historia y no hemos sido capaces de entender y respetar la sangre sobre la cual caminamos. Y, por lo tanto, los hechos que se dan continuamente tienen que ver con eso también.

Fíjate que las universidades en la región, por ejemplo, no tienen ninguna relación con el territorio, ninguna. Si tú miras, todas las universidades tienen unidades de vinculación con el medio y la verdad es que no se vinculan ni entre ellas. Como yo paso siempre fuera de la Universidad de la Frontera, el ejemplo más claro es ahí: en verano, del cerco de la universidad para adentro es verdecito el pasto; de ahí para afuera, seco. Esa es la vinculación con el medio. La universidad se alejó de la comunidad y de aquello para lo cual fue creada. No es posible que la Universidad de la Frontera siga estudiando a Vargas Llosa aquí en Temuco si no saben quién es Leonel Lienlaf. Si uno va a la biblioteca de la Ufro o la Católica [de Temuco] lo más probable es que no encuentres ni un libro de autores regionales si no los donó él o ella misma. O sea, no hay ninguna relación con el territorio, ninguna, cero. Esa es la realidad. Y yo vuelvo a insistir: la literatura nos habla del territorio y nos habla de la memoria, de quiénes somos, no habla de otra cosa.

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El 2014 Hugo Alister y su hijo Iván abrieron las puertas de la librería Cagten, en calle Prat con Caupolicán, y aunque cerró el 2019, hasta hoy se la recuerda con cariño como un sitio de encuentro por parte de lectores y escritores. En ese periodo Alister también relanzó su proyecto editorial homónimo.

— Cagten surgió con dos amigos en los noventa, Juan Pablo Ampuero, que ya falleció, y Guillermo Chávez, cuando éramos integrantes de la SECh. Yo planteaba que la SECh debiera tener una editorial, pero no había recursos, entonces yo dije: «inventémosla». Editamos cinco libros. Después Juan Pablo creó su propia editorial, que se llamaba Punto Azul Libros, retomando el nombre de la librería que tuvo Guido [Eytel]. Después nos segregamos, yo entré a la Seremi de Educación [en el Departamento de Cultura] y me pareció que era necesario mantener una línea editorial, y como gestionaba recursos, empezamos a publicar autores locales. Estas ediciones eran del Departamento de Cultura de la Seremi de Educación, pero mantenía el logo de Cagten, que es un barquito [que remite al barco que iba entre Carahue y Puerto Saavedra]. Entonces al final seguí yo con la marca Cagten y se la prestaba a los amigos que iban a editar algo. Hicimos muchas cosas, son alrededor de sesenta libros publicados en un buen periodo con esa marca. Después yo formalizo la editorial cuando estoy en la Seremi de las Culturas y se instala la librería.

La editorial tenía que ver con recuperar una memoria perdida. La mirada de saber qué nos ocurrió en el territorio, lo que decíamos, ¿no? Porque tú me preguntas: «¿por qué pasa esto de que los demás territorios se desarrollan y nosotros no?». No lo sabemos, porque no nos interesa saberlo, porque olvidamos saberlo, miramos para el lado. A mí [con la editorial] me interesa volver sobre algunos cronistas, algunos autores que son importantes en la región y algunos creadores que están presentes.

La librería creo que funcionó muy bien. Primero porque mi hijo, que estudiaba en ese entonces, estaba a cargo y generó muy buenos nexos con mucha gente. Y teníamos una prioridad en lo local, aquí a nosotros no nos interesaba tener a Coelho, por ejemplo, pero sí a los autores locales. Que no estuvieran en el estante de atrás, sino en la entrada y que quien atendiera pudiera recomendar a los autores locales. Eso significó que mucha gente pasara por ahí, fuera a buscar libros o a hablar sobre literatura. Ahí se juntaban muchos personajes con los cuales hoy día tengo una buena relación de amistad. Y, puntualmente, mi hijo Iván, que estudió leyes, aprendió en la librería el relacionarse con las personas y hacer funcionar su pensamiento, su mirada. Yo creo que la mejor inversión fue esa. La universidad te entrega componentes que te formalizan, pero el análisis y el pensamiento te lo entrega la conversación. Y los personajes de la literatura chilena que transitaron por ahí le dieron el contenido a la librería. Yo creo que esa fue nuestra gran apuesta.

— ¿Y tienes otros proyectos de escritura aparte de tu próximo libro sobre Neruda?

Sí. A ver, yo dejé de escribir, de publicar algunas cosas en el periodo en que estuve en el Ministerio de las Culturas, en ese proceso institucional al cual yo agradezco porque eso me permitió pagar los estudios de mis hijos, de otra manera no lo habría podido hacer. Pero siempre escribí y escribo. Y hay un par de textos de poesía que estoy afinando. Me gustaría publicar sobre poesía y fútbol.


Danay Mariman Catrileo es editora por la Universidad de Buenos Aires e investigadora autónoma.


Imagen: Facebook de Culturas La Araucanía.