reportaje

El ecosistema literario de Temuco: notas de campo

por Martín Mège W.


Más que un inventario exhaustivo o un panorama, este texto busca ser un ensayo, una reflexión en torno al libro y a nuestra ciudad, un diálogo abierto que provea de puntos de partida para trazar nuestras propias reflexiones. Entrevistamos a actores que participan de los diferentes eslabones de la cadena del libro —autores, editores, impresores, libreros, bibliotecarios, académicos y lectores—, ya independientes o representantes de alguna institución o universidad, para intentar reconstruir, con estos relatos, el puzle del libro en Temuco.

Para entender el presente es bueno mirar al pasado. Nunca será el pasado tal como fue, sino como nosotros mismos nos lo contamos. Un texto más, que debemos reiteradamente releer e interpretar.

Un martes de febrero a las once de la mañana recibí a don Hugo Alister en mi casa. Mientras le preparaba un café revisó mis libros.

Su principal tesis es que la región ha estado vinculada al libro desde las primeras incursiones españolas en ella, al contrario de lo que podría pensarse. «Las primeras referencias a la historia de Chile surgen de este territorio», dice. «Es así. El primer documento publicado que habla de la región es La Araucana. Es un texto de poesía que habla de un territorio determinado. Y habla además de su condicionante humana. Hay muchas cosas que no cambian de Ercilla para acá».

Un poco más tarde, Pedro de Oña se convierte en el primer autor chileno en publicar un libro. «Vive la juventud aquí en el territorio y nace en Angol. Su primer libro, Arauco domado, más allá de todos los cuestionamientos, también es una mirada del territorio, de alguien que lo vivió y lo percibió desde niño», me cuenta Hugo.

Históricamente aquí se han escrito crónicas, testimonios, epístolas, documentos. Es como si el exotismo del territorio, su condición remota, la profunda cultura mapuche y su radical diferencia con Occidente no dieran espacio a la ficción o la suplantaran fácilmente.Temuco se funda en 1881, hacia el final de la ocupación de la Araucanía, aunque, según Hugo, ya había algunos chilenos y extranjeros asentados en el territorio, fuera de los misioneros, comerciantes y viajeros que a menudo transitaban por él.

El libro penetra entonces, en la región, con los colonos chilenos y extranjeros que vienen a asentarse aquí luego de la ocupación. «Las grandes familias que llegaron al territorio a fines de 1800, comienzos de 1900», prosigue Hugo, «entre las cosas que traen son sus propias bibliotecas. No se traen solamente algunos muebles, algunas herramientas de trabajo. Traen las bibliotecas».

El libro era un elemento clave, a la vez simbólico y práctico, de la cultura occidental. Era un instrumento de poder, que conservaba el conocimiento, pero que también dotaba de cierta superioridad a los recién llegados. A la vez era una forma de trascendencia, la escritura como el testimonio de quiénes fueron ellos en vida.

La violencia produce ecos, réplicas que se extienden en el tiempo. La entrada del libro a la región no fue inocente, ni pacífica. Toda la violencia concentrada en la ocupación no se ha ido de estos lugares. «Ves una región en la que había mucha brutalidad», dice Hugo, «mucha violencia, pero que tenía ese otro ámbito, ese otro aspecto, esa búsqueda del conocimiento, del saber, asociada al libro».


En Cuando era muchacho, José Santos González Vera relata el tiempo que pasó exiliado en Temuco, escapado de la capital. Apenas llegó dio con el diario La Mañana, de Orlando Mason, que lo «acogió con bondad», dándole alojamiento en «un hotelucho» y trabajo en su redacción. A los pocos días conoció a Pablo Neruda, quien ya «solía ir a ver a Gabriela Mistral».

«El oscuro sentimiento de ser perseguido» hizo a González Vera retirarse aún más. Gabriela Mistral lo envió con una carta para el poeta Augusto Winter a Puerto Saavedra. Para Hugo Alister, este encuentro entre Mistral, Neruda, González Vera y Winter refleja que en el siglo XX la región ya era un lugar donde confluían intelectuales y escritores.

El libro se produjo en la región primero a partir de las imprentas de los periódicos, pues no había pueblo que no tuviera su diario. En el caso de Temuco, Mason ya publica un libro de poesía en la imprenta de su diario en 1905. Hugo recuerda una imprenta de nombre Ceres y también menciona la imprenta Letelier, que en 1931 publica el Álbum-guía del cincuentenario de Temuco (1881-1931).

En 1904 la misión franciscana funda la imprenta San Francisco en Padre Las Casas. Esta fue durante mucho tiempo la mayor imprenta del área urbana extendida de Temuco —quizá la mayor de su historia—. Fue la primera que se especializó en fabricar libros, primero religiosos, pero luego de todo tipo: libros de historia, novelas y libros de poesía o de gramática. Si bien era una imprenta religiosa, estaba abierta a la comunidad y era consciente de las necesidades bibliográficas del territorio.


Danay Mariman, editora, investigadora y directora de CoLibris Ediciones y de esta revista, matiza la historia española y chilena con sus reflexiones sobre la relación entre el pueblo mapuche y los libros.

Primero, anota que el concepto de cultura escrita mapuche es algo reciente, pues para discutirse y estudiarse tuvo que superar diferentes barreras. «La existencia de la cultura escrita mapuche es una certeza que tenemos ahora. Hace treinta años no se estudiaban estos temas», afirma, «no se leían estos textos [mapuche], no se comentaban. El rescate que se está dando hoy de lo que se escribió en el siglo XIX y el siglo XX es porque nos dimos cuenta, gracias a una serie de operaciones editoriales iniciadas en los años dos mil, de que existía».

«La cultura escrita en el mundo mapuche», prosigue, «se caracteriza por una heterogeneidad muy grande de autores, metodologías de escritura, condiciones y situaciones de edición y de circulación. Gente que escribió y no fue publicada, autores que no querían ser autores, personas que trabajaron con la metodología del dictado y figuran como coautores».

En cuanto a la figura del autor mapuche, destaca como un pionero a Manuel Manquilef, que se pensó a sí mismo como autor y escribió con el objetivo de ser publicado, algo poco común en la época y que contrasta con Manuel Aburto Panguilef —contemporáneo de Manquilef—, que pese a ser un prolífico escritor no se vio a sí mismo como autor, sino como un dirigente social. Su Libro diario del presidente de la Federación Araucana, publicado por CoLibris en 2013, está compuesto de las copiosas anotaciones que realizaba cada día en su diario personal. En este campo de la escritura como documento, Danay sitúa también las cartas de los lonko del siglo XIX, compiladas en el volumen Cartas mapuche: Siglo XIX, también de CoLibris.

Gran parte de la escritura mapuche entre fines del XIX y principios del XX, deduzco, es algo que aún está por ser desenterrado, descubierto, transcrito y editado.


Después de los cincuenta, como consecuencia de los procesos de alfabetización, el fortalecimiento de la educación y la consolidación de una clase media culta empezaron a abrir nuevas librerías en distintos puntos de la ciudad.

Hugo recuerda algunas que funcionaban en el centro de Temuco en los setenta. La Universitaria era la más grande, ubicada en la esquina sureste de Bulnes con Rodríguez. Guido Eytel, un importante escritor local, tuvo una librería que se llamaba Círculo Libros, cuyo timbre aún se puede encontrar en la portadilla de algunos libros de segunda mano. Funcionaba donde hoy se encuentra la entrada a la Galería Teodoro Ribera, por Bulnes. Había otra más pequeña, la librería Cartes, donde se vendían libros y números de lotería. Por último, frente a la plaza Teodoro Schmidt estaba la icónica librería El Botoncito, donde, entre abarrotes y otros artículos, se vendían libros usados.

Ahí fueron a parar, después del Golpe, los libros que los intelectuales exiliados debieron dejar atrás para huir sin peso en sus maletas. Una avalancha de libros fue a dar al local. Se amontonaban aquí y allá, en los mesones y en el suelo, sin orden ni concierto.

Un proyecto único en su tipo lo constituye la editorial Pequeño Salvaje, de la cineasta, fotógrafa y editora Kati Antivilo, una «microeditorial en formatos experimentales» y factura manual. Performance de la sangre de Kütral Vargas Huaiquimilla es una de sus últimas publicaciones. En la imagen: el taller de la editorial Pequeño Salvaje, ubicado en el centro de Temuco. Foto: Kati Antivilo.

Tocar el papel: microeditoriales y autopublicación

Es una tarde de fines de enero y anda poca gente en el campus San Francisco de la Universidad Católica de Temuco. El receso de verano está a la vuelta de la esquina.

Converso con Romero Mora, autor y editor, en una oficina. Cursó estudios de antropología en esta casa de estudios. Cuando era estudiante, alrededor del 2013, fundó una revista llamada De la ausencia, pues la escena literaria de Temuco le parecía una escena ausente.

Con el tiempo, sin embargo, pudo encontrar a los poetas. Consagró su tesis de pregrado al estudio del circuito literario de Temuco en 2016. Recuerda que en ese tiempo la escena literaria de la ciudad estaba activa. Se celebraban lecturas en el bar La Vida o en El Farolito. La bohemia literaria aún estaba despierta.

Esto duró hasta la pandemia. Entonces Romero encontró el tiempo y los recursos para emprender un proyecto editorial, Tortuga Samurái. «Publicar con una editorial, aparte de que es costoso, es muy lento», comenta. «Un libro tarda dos, tres, cuatro, cinco años. La dinámica del campo cultural se limita por esa velocidad de publicación y estás siempre desfasado. La editorial se llama Tortuga Samurái por las editoriales tortuga que hay en Chile. Esta es una tortuga más rápida».

Los primeros libros los lanzaron por Zoom. Después de la pandemia organizaron lecturas en el centro cultural independiente Espacio Triángulo. La editorial se convirtió así también en una plataforma de encuentro para los poetas jóvenes de la ciudad.

Luego de dormirse por algunos años, en 2025 volverá a funcionar. Romero no ha dejado de acompañar a nuevos autores con el trabajo de sus poemarios. «Al leer las obras de los autores, encontrai a Temuco, al sur. Igual hay corrientes literarias. Hay una corriente en que la imagen de Temuco la podís rastrear en los poemas. A veces en los títulos no está, pero en los poemas la encuentras. Hay otra que es muy del yo, muy introspectiva, con procesos muy interiores de poesía. Quizá las dos arman una línea común entre ellas».


Con Zazuki quedamos en reunirnos en los jardines del Museo Regional. Ella es a la vez autora, editora, impresora, encuadernadora y librera de sus propios libros. Su gusto por la lectura viene del colegio, cuando por fin un profesor le dio a leer un libro que le gustaba. «Por eso a los jóvenes no hay que obligarlos a leer algo que no les gusta», comenta. «Por ejemplo, yo odio a los clásicos, porque a mí me mataron obligándome a leer a los clásicos».

En primero medio escribió su primera trilogía, que dio a leer a sus compañeras. Esta prolificidad es una característica que mantiene su trabajo hasta hoy en día. Después del colegio estudió diseño editorial, lo que le permitió diagramar sus propias novelas. «Más encima yo era dibujante. ¡Así que yo hago todo! Hago la portada, la diseño a mano, la dibujo, la delineo y la coloreo en digital».

Zazuki primero escribe a mano y luego pasa el texto al computador. «Escribo de forma muy desordenada», comenta. «Escribo los primeros cinco capítulos, después me salto al veinte, después al treinta, después retrocedo al quince, después al diez, después al cuarenta. Voy escribiendo así. Me voy más que nada en la imaginación, en lo que llegue en el momento, pero siguiendo la estructura, los giros argumentales, guiándome por un sistema».

Su obra abarca varios géneros, desde la fantasía, la ciencia ficción y el terror, hasta novelas de tramas políticas, novelas policiales e, incluso, realismo. Los libros «pasan por varias ediciones. El borrador es cuando está escrito a mano, pero como tengo limitaciones a la hora de escribir en el cuaderno, porque se me acaban las hojas, ahí tengo que pasar a la edición en el computador, donde me puedo extender o quitar algunas frases que no me gustan».

Una vez que el borrador está listo se convierte en maqueta. Mientras escribe, Zazuki dibuja las ilustraciones y las portadas. Luego imprime el libro cero. Cuando alcanza una versión definitiva, empasta la maqueta, mide el grosor del lomo, se asegura de que todo calce bien, imprime las demás copias y comienza con la encuadernación.

En cuanto a las copias, su número ha bajado con el tiempo. Si al principio imprimía cincuenta ejemplares por título, hoy no imprime más de cinco. «Cuando empecé vendía un libro cada tres meses», dice. «Me daba miedo ir a la calle a vender libros, porque tenía que correr de los fiscalizadores».

Aunque ha alcanzado mayor popularidad, actualmente enfrenta varias dificultades. El papel reciclado con el que hace sus libros ya no lo venden en Temuco y lo tiene que encargar a Santiago. Por otro lado, el elevado precio de las encomiendas le impide vender libros por internet y enviarlos a otras ciudades.

Hoy en día, Zazuki vende sus libros en la calle. Suele pararse en los alrededores del Mall Portal Temuco con sus libros sobre un género y un cartel en el pecho que reza «Soy escritora. Vendo mis libros para alimentar a mis cuatro gatos».


Un proyecto interesante, por ser el único de su tipo en Temuco, lo constituye la editorial Pequeño Salvaje, de la cineasta, fotógrafa y editora Kati Antivilo.

Kati viene del mundo del fanzine, una pieza especial dentro de las publicaciones impresas. Mientras estudiaba edición en Buenos Aires fundó su proyecto editorial para difundir el trabajo de la gente talentosa que la rodeaba. Esto fue en 2016.

Luego de libros, fanzines, pruebas, errores, impresiones, papel (mucho papel) y encuadernaciones, Pequeño Salvaje tuvo su primer éxito comercial. Fue en la Feria de Arte Impreso Impresionante, que se celebra cada año en Santiago. Ahí Kati vio un fanzine en que se retrataba a una serie de animales a los que con Photoshop les habían simulado un cuerno en la frente. En sus páginas se podía ver un perricornio, una ballenacornio o una palomacornio. Quiso hacer algo parecido. Pensó en gatos, por su popularidad en internet, pero faltaba algo más. Así llegó a Gatos con peluca.

«Era un chiste, en realidad», recuerda Kati, «pero la gente se entusiasmó. Lo vendía a luca. Como era un éxito lo subí a dos. Vendía un montón. En la mañana iba a imprimir, luego encuadernaba y vendía». Esta ligereza es una característica importante del fanzine. «Uno puede hacer cosas más densas, pero el mundo del fanzine es tan libre que permite ese tipo de tonteras».

En 2024 Pequeño Salvaje se adjudicó un fondo de apoyo para microeditoriales del Ministerio de las Culturas, lo que le permitió adquirir todas las máquinas y herramientas necesarias para fabricar una publicación de punta a cabo: «una impresora láser, una inkjet, una hotmelera, una guillotina».

El de Pequeño Salvaje es un valioso taller dentro del circuito independiente del ecosistema literario de Temuco. Aprovechando su equipamiento, Kati dicta además talleres de autopublicación, donde enfatiza en volver a ejercer con la mano el oficio de hacer libros.

«Hacer un libro es como hacer una película en papel», reflexiona. «A otra escala y con otra materialidad. Es una aventura exigente, pero bonita. El trabajo con la motricidad fina, con las manos, hace que uno neuronalmente esté dándole más plasticidad al cerebro. Toco el papel y digo “este papel tiene este gramaje” o “es muy blanco”. Cada proyecto es un desafío».

Ofqui, proyecto editorial liderado por Oriette Sandoval, destaca en el panorama editorial regional por su trayectoria sostenida de más de diez años. Su catálogo se aboca a las fuentes historiográficas con pertinencia territorial y ahora también cuentan con su propia librería. En la imagen: la librería Ofqui, ubicada en Inglaterra 509. Foto: Marcelo Leñam.

Ofqui: bitácora de una editorial independiente

La librería Ofqui es un puerto tranquilo donde recalar, a salvo del fárrago de la ciudad. Está ubicada en calle Inglaterra, poco antes de llegar a Francia. Afuera descansa su librería itinerante: un remolque en donde se lee «No hay literatura sin viaje».

Uno traspone la puerta y entra a un local con muebles y muros de madera clara, buena música, cielorraso alto, mapas en las paredes y estanterías, por supuesto, llenas de libros.

Antes de la librería vino la editorial: un proyecto liderado por Oriette Sandoval, editora, y Marcelo Leñam, portadista y diagramador. Ofqui ha publicado crónicas, libros fuera de circulación, rescates de archivo y poesía. Temáticamente sus títulos confluyen en el sur de Chile, su historia, sus habitantes —antiguos y nuevos—, su flora y fauna y su geografía.

Conversamos con Oriette en la librería una mañana nublada de febrero. Para ella, si en algo destaca Ofqui entre las editoriales independientes de la región es en que ha tenido una trayectoria sostenida. Lleva publicando al menos un libro por año durante más de diez años. Esto descansa principalmente en la claridad de su catálogo. Para Oriette, diseñar un buen catálogo implica identificar claramente la misión de la editorial y el rol que esta va a cumplir dentro del ecosistema literario.

Ofqui nació de una necesidad. Mientras realizaba una investigación en Coyhaique, Oriette oyó hablar de una fuente importante para los historiadores del lugar: Viajes de exploración por los archipiélagos australes, de Enrique Simpson. Sin embargo, el libro no se encontraba por ningún lado y circulaba solo en viejas fotocopias. Oriette buscó la fuente, la transcribió y volvió a editar el libro.

«Para mí fue súper clara la misión de Ofqui: publicar fuentes historiográficas que tuvieran pertinencia territorial», afirma Oriette. De este trasvasije nació el nombre de la empresa. En uno de los primeros libros que editaron se hablaba del istmo de Ofqui. «Me pareció interesante que hubiera un istmo tan austral y que en el fondo fuera un paso entre un río —el río San Tadeo—, un espacio de tierra y la laguna San Rafael. Algo me pasaba con ese espacio, con Ofqui. Y, claro, es una toponimia. Las toponimias indígenas no son literales. No es que Ofqui signifique ‘agua’ o ‘sorbo’. Significa ‘sorbo de algo’. En este caso, ‘sorbo de agua dulce’. Un lugar donde tomar agua dulce después de un largo trayecto».

«La idea de Ofqui me pareció que también funcionaba como un portezuelo», prosigue. «Los portezuelos son esos caminos que están entre las cordilleras. Siempre las cordilleras tienen una altura, pero cuando se hace un portezuelo es porque hay una senda, un paso entremedio que lo puedes transitar a escala humana.

«Tenía por un lado la idea de la bajada de esta fuente al territorio, pero también de un elemento de circulación. Cómo yo llegaba ahí. Ofqui me pareció que era justo la palabra que resumía mi misión. El objetivo era ese. De alguna manera, hacer la edición de estos textos a los que era muy difícil acceder y lograr un paso, un Ofqui, que pudiera conectar esa fuente con la comunidad. Entonces se me imaginó como portezuelo, como istmo, como una serie de cosas y dije Ofqui, Ofqui es el nombre».


Hoy en día la editorial tiene un imaginario reconocido. Los lectores saben qué van a encontrar cuando encuentran sus libros en ferias o en las vitrinas.

«Uno no solo tiene que pensar en las cosas que uno quiere publicar», sostiene Oriette, «sino que también tiene que pensar en la necesidad que hay de esa fuente. Puede ser que a mí me gusten los diarios de viaje y que yo tenga una lista innumerable de diarios de viaje, pero yo voy a seleccionar aquellos que creo que van a tener repercusión en un público específico. Cuando tú ves el libro, te gusta tu libro, valoras tu trabajo, pero también has pensado dónde vas a posicionar ese libro, a qué comunidad. Si tú no tienes claro dónde va ese libro igual estás haciendo algo que está perdido».

Las novedades de 2024 de Ofqui incluyen los relatos de viaje de dos científicos suecos, Nordenskjöld y Skottsberg, a la Patagonia y a Tierra del Fuego, y un libro de fotografía y poesía: Manto azul, de Verónica Zondek y Leonora Vicuña.

Además de su trabajo editorial, Ofqui ha buscado fortalecer a su gremio. Para eso fundó, en 2020, junto a las editoriales 990, Nagauros y Pululo, el Gremio de Editores Autónomos y Universitarios del Sur de Chile. El año pasado el gremio participó en la Feria Internacional del Libro de Santiago (FILSA) y este año brindará una serie de capacitaciones para sus socios, en áreas como audiolibros, industria, ferias, edición de textos y tipografía, con los que busca nivelar y profesionalizar el panorama editorial del sur.

Desde que Claudia Campos asumió la coordinación de Ediciones UCT, su propuesta ha sido abrir la editorial invitando a la comunidad universitaria a publicar, realizando convocatorias abiertas para que autores locales formen parte del catálogo y habilitando una librería concebida como un punto cultural para la ciudad. En la imagen: la librería de Ediciones UCT, ubicada en el campus San Francisco de la universidad, a pasos de avenida Alemania. Foto: Ediciones UCT.

Los aportes de la Universidad Católica de Temuco al ecosistema literario

Me reúno con Claudia Campos en una casona elegante de avenida Alemania, que hoy acoge a la Vicerrectoría de Vinculación y Compromiso Público de la Universidad Católica de Temuco (UCT). Claudia es la coordinadora de Ediciones UCT, que depende de esta división. Desde que asumió, su propuesta ha sido abrir la editorial, tanto internamente, invitando a la comunidad universitaria a publicar, como externamente, habilitando una librería para la ciudad y realizando convocatorias abiertas para que autores locales también puedan formar parte del catálogo de la editorial.

Claudia viene del rubro del comercio, donde trabajó para transnacionales, asumiendo jefaturas y gestionando el funcionamiento de locales comerciales. «Uno es la experiencia que va acumulando en distintas labores y trabajos, y esa experiencia uno la aplica y la replica y sirve mucho», comenta.

La librería es concebida como un punto cultural que aloja diversas actividades. Entre ellas, se celebró el año pasado un taller sobre cómo generar hábitos de lectura, dictado por el escritor Carlos Lloró, que a su vez es el director de Extensión Académica y Cultural UCT. En otra ocasión, la poeta Carla Llamunao montó una muestra artística, llamada «Bordando pájaros, entre hilos y palabras», vinculada al libro que publicó en 2023 con Ediciones UCT, Avistamiento de aves y otros vuelos.

La editorial participó el año pasado en ocho ferias, entre las que se cuenta la Feria del Libro Indígena, celebrada en Santiago, en el Centro Cultural Gabriela Mistral, y la FILSA, donde asistió como socia del Gremio de Editores del Sur.

Un proyecto importante que este año seguirá en desarrollo es «Sureñas: mujeres, escritura y territorio». En 2024 consistió en un levantamiento sobre todas las mujeres de la región que se percibieran como escritoras y sobre los lugares que habitan. Luego, fueron invitadas a conversatorios en donde pudieron conocerse. Para el 2025 estas escritoras serán convocadas a talleres literarios que finalizarán con la publicación de una antología.

Entre las primicias del 2025 se cuenta la ampliación hacia el sur de la convocatoria de poesía Yosuke Kuramochi, la apertura de una convocatoria para la publicación de un libro patrimonial y la celebración de un festival de poesía en octubre.

Pero los aportes de la Universidad Católica de Temuco al ecosistema literario no se limitan a su casa editorial. El Departamento de Lenguas de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades busca fortalecerse abriendo en 2026 la carrera de Edición y Bibliodiversidad, que comprende dentro de sí una licenciatura en Lengua y Literatura. En la ciudad no existe un programa igual y los interesados en literatura se veían forzados a cursar Pedagogía.

Juan del Valle, director del departamento, y Alejandra Contreras, académica, me explican sus motivos: la idea es fortalecer el pregrado y dictar cursos centrados en lingüística y literatura donde los académicos del departamento puedan volcar sus conocimientos. Si bien el departamento juega un rol crucial en las carreras de Traducción Inglés-Español y Pedagogía, no cuentan con un espacio de discusión situado en medio de su disciplina.

Junto con esto, y en celebración de su 60.º aniversario, el departamento volverá a editar la revista Stylo, de lingüística y literatura. Tanto la apertura de la nueva carrera como la reedición de la revista sin duda colaborarán a que aumente la actividad literaria de la universidad y la región.


Por último, en la UCT no solo se contempla el futuro del libro, sino que también se conserva su pasado. Con este fin se creó la colección Memoria Araucana, dependiente de la Dirección del Sistema de Biblioteca. El puntapié inicial fue la donación de un grupo de libros publicados en Chile a fines del siglo XIX y principios del XX, realizada por la académica Gertrudis Payàs. Estos libros fueron adquiridos a través de un proyecto Fondecyt y, una vez empleados en la investigación, llegaron a la biblioteca. Los ejes temáticos de estos textos comprendían a la traductología, las relaciones hispano-mapuche-chilenas, la literatura misional y los textos sobre cultura mapuche en general. Rápidamente, otros títulos con esta temática y de esa época fueron reubicados desde otros lugares de la biblioteca a esa colección, que hoy en día cuenta con 258 libros.

Isabel Iriarte, jefa de la Unidad de Procesos Técnicos de la biblioteca, nos pone al día sobre el estado actual de la colección. El 2024 se integró al equipo Ximena Barberán, conservadora y restauradora. Ella «estabilizó el material para que se detuviese el deterioro», relata Isabel. «Dentro de esas acciones hay un trabajo básico, que es de limpieza mecánica. Se trabaja por cuadrante, hoja por hoja, con goma miga. Se ralla y tú vas centímetro a centímetro pasándole hasta que la goma te sale negra». Además, les quitó la cinta adhesiva y otros pegamentos agresivos y mandó proteger los libros con embalajes, hechos a la medida de cada libro, con un papel grueso, libre de ácido. Todos reposan en la estantería anónimos, envueltos y atados con cintas, durmiendo el sueño del archivo.

Miralibros comenzó como una pequeña franquicia de Qué Leo y hoy es una librería con café que ocupa una gran superficie en el centro de Temuco. Para Milton Sepúlveda, su dueño, «los jóvenes son un grupo importante» dentro del público lector de la ciudad. En la imagen: la fachada del nuevo local de librería Miralibros, ubicado en la esquina de Lagos con Claro Solar. Foto: Miralibros.

Libreros, bibliotecarios y lectores

La librería Miralibros, situada en pleno centro, luce altas estanterías llenas de libros hacia la calle. Ocupa toda una esquina, en Lagos con Claro Solar, y funciona ahí, además, un café, donde los clientes se pueden sentar a leer.

Su dueño, Milton Sepúlveda, me cuenta sobre su entrada al gremio, repasa la evolución de su local y describe al público lector de Temuco. A medida que avanza la entrevista, voy notando que la librería es también un termómetro del contexto social y económico de la ciudad, que refleja lo que ocurre afuera en sus anaqueles.

El proyecto empezó a gestarse, aún solo como idea, en 2016. En ese entonces, Milton trabajaba como periodista, pero ya barajaba las opciones con que contaba para alcanzar la independencia económica. Como era buen lector y le gustaban los libros, optó por este rubro.

«Además de lo romántico hay que verlo de una forma fría», afirma. Consultó a otros comerciantes y a libreros de otras ciudades por consejos, flujos de caja y características de sus tiendas. Así diseñó un modelo que, según sus cálculos, funcionaría.

Se paró fuera de los locales en arriendo a contar cuánta gente pasaba, dimensionó metros cuadrados, evaluó si había cerca estacionamientos, hasta que dio con el lugar. Abrió su librería bajo el alero de la cadena Qué Leo en 2017.

El crecimiento fue sostenido hasta las cuarentenas por la pandemia de covid-19. Fue un período difícil de sortear, pero, gracias a la implementación de una página web complementada con un servicio de despacho, lo lograron.

«Algunos factores que colaboraron para sortear la pandemia fueron los retiros de las AFP y los bonos de gobierno, además de que, durante las cuarentenas, mucha gente se volcó a los libros, porque la gente tenía tiempo», comenta. Después de la pandemia, el 1 de mayo de 2021, el consumo de libros volvió al mismo nivel que tenía en marzo del 2019, al momento del inicio de las cuarentenas.

El crecimiento fue tal que, sumándose a un grupo de libreros, Milton se independizó de Qué Leo y rebautizó su librería como Miralibros. En 2024 buscó un nuevo local, más grande, donde mudarse. Lo diseñó desde cero, usando la experiencia adquirida en el camino.

Le pregunto a Milton por el público lector de Temuco. «Los jóvenes son un grupo importante», responde. «La gente cree que no leen y los critican por eso». De todos modos, afirma que los seres humanos siempre han leído poco. «Antes sabía leer el veinte o el treinta por ciento de la población. Ese “antes se leía más” es falso. Antes había menos gente que supiera leer. Es imposible que se leyera más».

Quien tiene el hábito de leer visita a menudo la librería y esto es algo transversal: chicos, ancianos, hombres y mujeres. A los clientes frecuentes se los contacta por teléfono cuando llega algún libro que podría interesarles.

En cuanto a los libros más vendidos en Temuco, Milton sostiene que responden a ciclos que a veces se ajustan a las listas de los más vendidos a nivel nacional y, otras, obedecen a temas locales. «Los libros con temática mapuche alguna vez se vendieron mucho», recuerda Milton. «Hubo una gran demanda, que se vio no sé si contenida o satisfecha, pero luego disminuyó. El auge fue entre 2017 y 2020 y luego algo hizo que bajara». Otras veces la agenda pública marca la pauta: «Durante la convención se leyó mucho sobre política. Cuando el proyecto fracasó, afloró la línea del estoicismo, de la filosofía en esa línea y de la autoayuda».

Luego nos adentramos en disquisiciones sobre el libro como objeto y como símbolo. «El miedo a que el libro desapareciera se desvaneció», reflexiona, «pues el libro digital nunca reemplazó al libro en papel. Puede tener que ver con no querer seguir viendo una pantalla, pero hay romanticismo también. Hay lujo, hay hábito».

Milton reconoce además un impulso coleccionista en los lectores: «Se puede leer gratis toda la vida, ya sea consiguiendo copias digitales o pidiéndolos en bibliotecas, pero hay un tema con los libros. Un libro te da autoridad. Si alguien lo lee en un libro es porque es».

Por último, sostiene que el libro nunca se va a extinguir: «El libro es un formato tan perfecto que es poco perfectible. Algo así como la rueda. Desde que se inventó sigue siendo redonda. El libro con páginas, encuadernado, cosido, debe tener ya cuatrocientos años y desde que alcanzó ese nivel de perfección se ha mantenido así».


Sin embargo, Rodrigo Hiriarte, el encargado del Departamento de Cultura y Bibliotecas Municipales, acusa que el avance tecnológico ha cambiado la conducta del público de la biblioteca Galo Sepúlveda, la principal biblioteca municipal de la ciudad.

Lo que antes era un espacio de consulta ahora es una biblioteca comunitaria. El libro ha dejado de ser un vehículo que almacena y transporta información: ese rol lo ha asumido internet.

Antiguamente un silencio reverente ocupaba el edificio. Don Galo, el bibliotecario fundador, mandaba a lavar las manos a los estudiantes antes de consultar los libros para hacer sus tareas.

Hoy el enfoque es otro, basado en la idea de la biblioteca comunitaria. «La biblioteca tiene que abrirse a la comunidad y no esperar a que los lectores vengan a la biblioteca», sostiene Rodrigo. «La biblioteca va itinerando por barrios, pueblos, comunidades, inscribiendo usuarios y exhibiendo la colección bibliográfica». Ya no es un lugar donde solo se va a leer, sino un centro de reunión social.

Hoy la biblioteca alberga talleres de las temáticas más variadas, como la acrobacia, la elaboración de títeres y de libros pop-up y la encuadernación. Además, acoge a variadas agrupaciones, desde compañías de danza y clubes de ajedrez, hasta agrupaciones de expresos políticos.

«En el año 2000 en Temuco no había librerías, salvo la Alemana», rememora Rodrigo. «Hoy día tenemos cuatro o cinco. El libro a nivel particular sí tiene salida. A la par de ello tiene que estar el esfuerzo público para ofrecer los mismos libros, nuevos, recién editados».

Este auge del libro se ve reflejado en los diversos clubes de lectura que, ya independientemente, ya bajo el alero de alguna institución, funcionan en paralelo, silenciosamente, en la ciudad. Uno de ellos es el Club de Lectura Sin Fronteras, al que pertenece el académico, amante del jazz, escritor ocasional y, por sobre todo, lector, Helder Binimelis.

Lo encuentro en su oficina con los pies sobre la mesa, un libro en la mano y la mirada en el cielorraso. Está haciendo lo que debe hacer un académico: está pensando. Lo interrumpo para que me hable sobre su club de lectura.

Con un rápido cálculo que considera los años que lleva funcionando el club, multiplicado por diez libros al año (aproximadamente un libro al mes), Helder concluye que en el club se han leído, hasta la fecha, más de sesenta libros.

Actualmente son diez socios, que para Helder es el tope. Como siempre reciben solicitudes de lectores nuevos que se quieren sumar, este año pretenden celebrar una fiesta de la lectura, para que los lectores sin club puedan formar sus propias células.

Las lecturas se organizan en ciclos que tratan sobre un mismo tema. Este se lleva a votación cada vez entre todos los socios. El año pasado se leyeron libros de autores asiáticos y luego se leyó poesía, un género que no había sido abordado antes.

La selección de la próxima lectura queda a cargo cada vez de un nuevo lector, hasta que todos han elegido y la rueda vuelve a empezar. Esto da pie a elecciones más o menos afortunadas, a lecturas placenteras o tortuosas. «Por ejemplo, leímos a Parra y Parra es entretenido», recuerda Helder, «pero a alguien se le ocurrió que teníamos que leer Pizarnik completo. Eso fue duro».

Helder describe la dinámica de una sesión de la siguiente forma: «Se elige el libro, se hace la reunión, que es un evento social, en donde compartimos, conversamos, arreglamos el mundo y después ya hay un espacio serio de conversación en torno al libro. Hay comentarios muy diversos. Hay gente a la que le gusta, gente a la que no le gusta... Lo importante del club es que a la gente le guste leer».

Martín Mège W. (Temuco, 1993) es escritor, editor y docente. Cursó la licenciatura en Letras Hispánicas de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Ha colaborado con las editoriales independientes Ofqui y Cagtén y formó parte del equipo de Ediciones Universidad de la Frontera. Publicó un cuento y algunos poemas en la revista Observatorio 19 y fue columnista del Diario Austral. Actualmente se dedica a la literatura y a la edición de textos y es docente de Pensamiento Crítico en la Escuela de Oficios Creativos de la UCT. También dicta talleres de ajedrez.