Estado de catástrofe y otros cuentos es el cuarto libro de ficción que publica Marcia Henríquez Bustamante. Escritora temuquense, doctora en química y docente jubilada de la Universidad de Santiago de Chile.
Los catorce relatos que componen Estado de catástrofe y otros cuentos sobresalen por su prosa expresiva, ciertamente precisa; por la conjunción dramática siempre acoplada con un acertado recogimiento; y por la interacción de voces y actores que, a modo de una torre de naipes, fracasan y luego se encumbran irredimibles.
Cabe mencionar que el título que nos convoca, Estado de catástrofe y otros cuentos, es un certero llamamiento, una perfecta intromisión. De algún modo, o quizás desde todos los modos posibles, los estados de catástrofe se relacionan con los contornos y los espacios circundantes. Así, nos encontramos con un dictamen coactivo, desplegado y puesto rotundamente en juego. Este propósito es desarrollado para el resguardo y el repliegue de la población; al menos aquello se nos estipula. Y es precisamente ese urgente despunte lo que se patentiza de forma nítida en los relatos que nos convocan. Vemos entonces cómo el exterior se incuba y aquilata, cómo penetra en la sicología personal. El argumento, la historia oficial, condiciona nuestro comportamiento; encauzando y organizando las mínimas y elementales raíces sociales.
Por consiguiente, los ambientes irrespirables, las familias castradoras, las enfermedades impenitentes, la muerte subrepticia, los celos al acecho, los rencores atendidos. Toda esta enumeración sobrepasa la elegía y tropezamos con un panorama infecundo, doblegado y avasallado. Una óptica en donde los personajes, a modo de depurados fantasmas, buscan la vida y también la extinción. Aquellos dobleces que vendrían siendo más o menos la misma cosa: estrategias de salvataje.
Un estado de catástrofe es un periodo de espera, también de alerta. Y así permanecen los protagonistas y también los secundarios de estas historias: una hija que debe volver a casa y hacerse cargo de los menores de la tribu, una mujer incapacitada que aguarda la llegada del cheque mensual, la visita al hospital psiquiátrico como único chaleco salvavidas, la inútil persistencia en un auto aguardando quizás qué destino, perdurar en una silla de ruedas rogando que alguien se apiade del malogrado cuerpo, una abuela que acecha impasible en la calle y de esta manera puede prorrogar su incipiente final, la sojuzgada amante que luego de diez años de desaparición se agencia una mínima alegría, el atesorado cariño que aflora gracias al recuerdo de un anillo de amatista que se enreda en el tejido. Puro tiempo reivindicado, pura expectativa y suspensión.
Pero lo más determinante es la espera de la muerte, propia y ajena. La ansiada muerte de nuestros familiares, la ansiada muerte del domeñado amor.
Laberinto sin relevo ni cortapisas. Una expiración, enfermedades en tránsito y acomodo. El gasto de los días y su mentada opacidad. La enfermedad con C como el peor de todos los desenlaces, una fosa común que nos cerca y nos acaricia.
Los cuentos se deslizan firmes, constantes; y fueron condensados con una mano que no teme la ironía ni el desquite. Igualmente, ciertos elementos de la cultura pop nos referencian su origen y su encuadre, como la risible Maldita lisiada y el recordado Chavo del ocho. Aunque también hallamos pequeños certificados históricos, como la tragedia del Covid-19 y el derrumbe de las torres gemelas. Estas revelaciones asientan los ambientes, los representan, los detallan.
Por cierto, es menester señalar que tanto la pobreza, la burocrática salud y la siempre asfixiante familia componen una triada que nunca nos abandona.
Un punto que me parece medular del libro es la presencia de la mujer cuidadora. Encargada, a ratos a regañadientes y a ratos con cierta actitud vengativa, a proteger y custodiar al otro vulnerable. Acá la muerte no es tan solo desafiante, sino que también puede llegar a ser salvadora.
Incluso la propia.
Estado de catástrofe y otros cuentos nos recuerda nuestra propia estirpe. Estamos frente a un libro estimulante, un duelo que flota en nuestra inquieta vaguedad. Entonces, el impenitente desagravio es aquel centelleo, la vida es aquella ingrata coreografía: los febriles embozos que aparecen y desaparecen, las urracas que nos amparan y nos desprecian, el restaurant de los huérfanos donde acodamos la alegría, el filo de una oxidada silla de ruedas, el lenguaje lascivo antes del ciego final, la hermana menor que no puede enfrentar su propia vida.
¿Alguien puede, acaso?
No, nadie puede. Y eso nos refleja Estado de catástrofe y otros cuentos, eso nos espejea Estado de catástrofe y otros cuentos.
Acá nada se apaga fácilmente.
Pablo Ayenao (Pitrufquén, 1983). Es profesor de Castellano y Comunicación por la Universidad de la Frontera y magíster en Ciencias de la Comunicación por la misma casa de estudios. Ha publicado Flúor (poesía, Poleo Ediciones, 2011), Memoria de la carne (novela, Editorial Bogavantes, 2015; Premio Municipal de Literatura de Santiago, 2016), Antes que el alba te sacuda en el pavimento (poesía, Ediciones de la ausencia, 2015), Animales muertos (cuentos, Cagten Ediciones, 2021) y La vida toda (cuentos, Editorial Bogavantes, 2023). Actualmente reside en la localidad de Labranza, Temuco, y hace clases de Literatura en la Universidad de la Frontera.